La Moribunda Democracia de Venezuela

La Moribunda Democracia de Venezuela

El chavismo, desde sus comienzos allá por 1998, siempre tuvo una tendencia a despreciar la institucionalidad, los principios del Estado de Derecho, las leyes y la propia Constitución. No en vano, el primer intento de Hugo Chávez de alcanzar el poder de Venezuela fue mediante un golpe de estado. Pero, aunque el chavismo siempre tuvo esta tendencia autoritaria, en la mayor parte de su historia se preocupó obsesivamente de mantener las formas de la democracia. Durante un buen tiempo, el chavismo logró aparentar suficiente respeto por la democracia, por las formas del Estado de Derecho y la institucionalidad, como para que la comunidad internacional y una buena parte del país ignorase su autoritarismo, aún pese a que cualquier análisis serio del chavismo evidenciaba su autoritarismo e irrespeto a la legalidad.

Pero claro está, este respeto a las formas de un sistema político que por definición debe dividir y controlar el poder como lo es una República Democrática solo tuvo sentido en la medida que el gobierno tenía enormes cantidades de recursos con que mantener un gigantesco gasto público para lograr así comprar apoyo de los venezolanos y de la comunidad internacional. No en vano por esto Chávez creó montañas de programas sociales (sus misiones) populistas he hizo tratos con varios países para intercambiar petróleo por bienes y servicios. De ahí que, mientras hubiera dinero para mantener a la mayoría de los venezolanos y a la comunidad internacional a favor del gobierno, ese apoyo mayoritario haría que respetar las formas de la democracia les diese una buena imagen ante el público y el mundo, a la vez que en la práctica aumentaban cada vez más su control del Estado y del país.

Pero como todo en la vida, las cosas tienen un final, los altos precios del petróleo, la sangre de la revolución bolivariana, finalmente cayeron. Nicolás Maduro le tocó la desgracia de ser quien cobrará los platos rotos que Hugo Chávez dejó de un sistema político y económico impráctico e insostenible sin precios del petróleo exageradamente altos y un alto endeudamiento. Y claro está, a menos dinero, menos programas sociales y menos petróleo y dinero para repartir entre los países, y a menos de estos, menos popularidad tienes. Ante este escenario, se les hizo evidente una contradicción en su plan: respetar las formas de la democracia sin tener el apoyo de la mayoría de la población los haría perder unas elecciones. Esto se les hizo claro cuando el 6 de diciembre de 2015 la oposición ganó por amplia mayoría la Asamblea Nacional (Legislativo). Pero incluso ante la pérdida de algo tan importante como la mayoría del legislativo, trataron de «controlar el daño» manteniendo las formas, tratando de simular que Venezuela todavía tenía un Estado de Derecho, una Institucionalidad y una Democracia todavía funcionales. Pero el rápido colapso que está viviendo el país, que vive una crisis como ningún venezolano vivo recuerda y la caída de popularidad del gobierno a niveles que hacen irreal que puedan ganar cualquier elección, los llevaron, poco a poco, a romper el libreto que habían mantenido desde el principio.

En este contexto, de forma inconstitucional conformaron una Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia que, bajo excusas, fue declarando “inconstitucionales” cuanta ley sacase la Asamblea Nacional, “interpretando” a conveniencia del gobierno cuanto articulo y ley existiese que le permitiese al gobierno de Nicolás Maduro actuar sin pasar por la Asamblea Nacional, y dejando al Legislativo, en la práctica, sin poder real. Desde hace meses que la separación de poderes, básica no ya de una democracia, sino de una República, está gravemente herida (por no decir que casi no existe); pero incluso con estos abusos que ya preocupaban al mundo, aun cuando ya era evidente el autoritarismo del gobierno, en la mentalidad del chavismo todavia estaban manteniendo las formas, manteniendo alguna especie de institucionalidad.

Pero lo sucedido esta semana fue llevar las cosas a otro nivel. Incluso ante ese escenario, todavía existía la ficción de que la Asamblea Nacional operaba, de que Venezuela contaba con una separación de poderes funcional, y que la institucionalidad funcionaba. Claro, la mayoría no se creía ya ese cuento, pero le permitía al gobierno tener el mínimo apoyo necesario para al menos comprar tiempo en la comunidad internacional. Pero finalmente esa obsesión chavista de mantener las formas, de fingir respeto a la institucionalidad, la democracia y los ideales propios de una República, y que ya se venía debilitando desde la llegada de Maduro al poder finalmente se derrumbó esta semana cuando el Tribunal Supremo de “Justicia”, en un claro ataque a la separación de poderes, se apropió de las funciones de la Asamblea Nacional, quedando en evidencia lo que siempre hubo en el fondo: un movimiento autoritario que malversó la mayor bonanza petrolera que jamás se haya visto en la historia de Venezuela, que en su desesperación de mantenerse en el poder tanto como sea humanamente posible, ya no le importa que tenga que hacer para conservarlo. El peso de la realidad, de su impopularidad y la necesidad de conservar todo el poder y seguir con su ideología sin importar el costo o sacrificios para la pobre y maltratada sociedad venezolana pudo más, y les quito su mascara.

Y pese a la “rectificación” del TSJ (hecha, por cierto, violando cualquier principio o base legal), el acto está hecho, sus intenciones han quedado claras ante el mundo. Si esto marca el principio del fin, o el comienzo de una nueva etapa, es algo que solo el transcurrir de las siguientes semanas y meses, y las decisiones que la sociedad venezolana tome, decidirán.