Unión Europea: ¿Déficit Democrático como origen de su crisis?
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¿Es el déficit democrático en algunas instituciones de la UE parte del origen de sus actuales problemas?
Desde hace unos años, la imagen de la Unión Europea (UE) es la de una comunidad política que pasa de crisis en crisis. Primero la crisis financiera mundial de 2008, que llevó a la crisis de deuda de multitud de países de la zona euro, seguido de la polémica política de austeridad y las protestas en contra que le siguieron, para finalmente ver el auge de los movimientos nacionalistas o de extrema derecha que amenazan, en algunos países, con alcanzar el poder de sus gobiernos; la salida del Reino Unido de la UE fue solo la cereza del pastel de 2016 con una promesa de que 2017 aumente esta tendencia, lo que nos lleva a preguntar, ¿tiene algo en común todas estas crisis?
Una de las razones detrás de este constante seguidilla de problemas se puede deber a lo que se conoce como el “déficit democrático” de la UE, que no es otra cosa que la falta de legitimidad democrática detrás de algunas de las decisiones o instituciones de la UE. Para ver si esto es verdad, analicemos bien cómo se conforman las instituciones más importantes de la UE.
La primera sería el Consejo de la Unión Europea (que ejerce funciones legislativas y presupuestarias) está conformada por un ministro de cada Estado miembro. Para el ciudadano promedio, esto significa que para poder influir en la conformación de este Consejo (y por ende en sus decisiones), en un continente donde la mayoría de gobiernos son Parlamentarios, primero deben elegir un Parlamento, para que este designe a su Jefe de Gobierno, para que este elija a los miembros de su gabinete, para que así elija entre ellos a quien representará a su país ante el Consejo de la UE. Esto es una larga distancia entre quienes toman decisiones en dicho consejo, y el ciudadano promedio que sentirá las consecuencias de dichas decisiones.
El siguiente es la Comisión Europea, una especie de gobierno de la UE con poderes compartidos con el Consejo de la UE, la cual es la encargada de proponer la legislación, aplicar decisiones, defender los tratados y ejecutar el día a día de la UE. Está formada por un Colegio de Comisarios de 27 miembros, elegidos por cada Estado miembro, cada uno con su propia orientación política. Sus miembros son nombrados por el Consejo Europeo, lo que limita su legitimidad democrática a que el Parlamento Europeo a acepte o no dicho nombramiento.
El tercero en lista es el Consejo Europeo (no confundir con el Consejo de la UE), una institución de carácter político que toma las decisiones estratégicas de la Unión, conformado por los Jefes de Estado y de Gobierno de los países miembros, donde además participa el Presidente de la Comisión Europea (este último electo por el Parlamento Europeo), aunque solo tiene derecho a voz, pero no a voto.
Finalmente llegamos al único miembro en la lista donde los ciudadanos de la UE eligen directamente a sus miembros: el Parlamento Europeo, que es la única donde los ciudadanos pueden votar por la composición de sus diputados (751 actualmente). Pero, a diferencia de un Legislativo nacional, el Parlamento tiene funciones limitadas; puede elaborar reglamentos y directivas, pero deben ser aprobadas tanto por el Parlamento Europeo como por el Consejo de la UE; aunque en principio su función es ejercer control democrático de las instituciones de la UE, en la práctica solo lo hace parcialmente con la Comisión, pero no con el Consejo.
Esta falta de poder real en las decisiones de la UE por parte del Parlamento podría explicar por qué las dos últimas elecciones (2009 y 2014) la participación apenas si superó el 42%: Porque sin importar que voten o no el ciudadano promedio en el Parlamento Europeo, este no es quien toma las decisiones; donde se toman las decisiones reales de la UE son instituciones muy distanciadas del ciudadano, que no son electas democráticamente, que terminan sin ofrecer alternativas políticas distintas a lo ya aceptado dentro de la UE.
Esta distancia y falta de alternativas es lo que explica mucho del descontento de los ciudadanos de la UE y muchas de sus crisis. En última instancia, fuera del Parlamento Europeo, el resto de instituciones que dirigen la UE terminan representando los intereses de los gobiernos que ahí participan, gobiernos que dudo estén ansiosos de darle mayor legitimidad y poder a la UE a costa de debilitarse a sí mismo, y a lo que se agrava que entre esos gobiernos, quienes tienen mayor influencia, en la práctica, son los más ricos (como Alemania y Francia, por ejemplo), en detrimento de las naciones más pequeñas o menos ricas. Esto termina generando que las decisiones de la UE terminen buscando defender los intereses de los gobiernos nacionales, no los generales de la UE (y que fácilmente se le acuse de beneficiar solo a las naciones más poderosas de la Unión), dificulta la toma y ejecución de decisiones, que deben ser del agrado de cada uno de los 28 gobiernos de los Estados miembros (cada uno con sus ideología e intereses individuales), y haciendo difícil, sino imposible, que el ciudadano europeo pueda influir en las decisiones de la UE. Más aún, incluso pudiera servir como simple excusa de los gobiernos, un “a quien echarle la culpa”, al decir que la aplicación de “x” política impopular que desean aplicar no es decisión de ellos, sino imposición de la UE.
A los ojos de muchas personas, la Unión Europea no es sino un nido de burócratas de Bruselas, que imponen decisiones a los países sin darle derecho a opinar a sus ciudadanos, que han terminado dañando a Europa a costa de defender los intereses de unos pocos. En general, es la explicación que, en parte, explica el auge de partidos de izquierda como en España y Grecia, o de nacionalistas y extrema derecha, como los de Alemania o Francia: grupos que han aprovechado los malos resultados de “x” o “y” política de la UE en economía, calidad de vida o inmigración (especialmente esta última en 2016) para crecer electoralmente, y que en muchos casos han degenerado en la posibilidad real de que, tras el éxito del Brexit en Reino Unido, países miembros empiezan a separarse de la UE, o al menos restarle poderes, en la medida que estos partidos políticos logren el poder en los distintos países.
Si la Unión Europea desea perdurar en el tiempo, se debe dar cuenta que el éxito no se limita únicamente a tener una unión económica y política para Europa, o a limitar sus decisiones a los fríos cálculos macroeconómicos que unos funcionarios elegidos a dedo determinan. Debe darle más voz y voto en las decisiones de importancia de la UE, las que afectan la vida diaria de los que viven en Europa. Deben hacer que el ciudadano promedio de Europa sienta que su opinión es escuchada, que la UE actúa en base a la opinión y realidad de sus ciudadanos, no de gobiernos o grupos de interés, y menos aún en base a lo que unos funcionarios sin legitimidad democrática dicen que se debe hacer; que las políticas de la UE son tomadas en beneficio de la comunidad europea en su conjunto, no solo de los países más ricos. De no aceptar esta realidad, de no democratizar la toma de decisiones de la Unión, de no basar sus decisiones en las aspiraciones y realidad de sus ciudadanos, solo es cuestión de tiempo que el enorme peso de un sistema construido para defender los intereses individuales de cada gobierno de los Estados miembros termine por resquebrajar a la UE.